Cuando el paseo de Semana Santa era al “río Jabillos”

Crónica de un recuerdo de antaño

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Si hay un lugar que genera identidad a muchos sancarleños es el río Jabillos en Florencia y no solo por lo que muchos recuerdan, vivieron ahí si no por que además ahí empieza a nacer el afamado río San Carlos.

Un ingreso lateral en la ruta principal 141, un descenso lleno de piedras, pasar por debajo del puente inmenso y estacionar lo más cerca posible de la orilla del río.

De inmediato, de los carros salían familias enteras cargadas con hieleras, parrillas, ollas, frescos, manteles, sillas, juguetes, flotadores y cañas de pescar.

De una, los de más paciencia subían hasta el puente y desde ahí lanzaban las cuerdas y por horas, se mantenían ahí a la espera de sus guapotes para de una vez, pedir a alguien más que fuera encendiendo la parrilla.

Abajo, los chiquillos ya tenían decenas de amigos, en medio de la noble corriente del río y hasta compartían bolas en la poza preferida.

Mientras, las mamás, las tías y las abuelas, empezaban a descubrir las ollas arroceras que iban envueltas en manteles para mantener el calor del arroz con pollo. Los platos pasaban de mano en mano hasta completar el menú: arroz, frijoles molidos, ensalada de caracolitos y papitas tostadas.

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Justó ahí empezaba el coro de tías llamando a todos los chiquillos que se negaban a salir de las aguas del río, aún con la amenaza de “se le va a enfriar el arroz”.

Luego llegaba la parte más aburrida del paseo: esperar una hora a que “se bajara la comida” antes de regresar al agua.

En esa triste espera de los chiquillos, ya los adultos sacaron los termos con café, sacaron las empanadas de chiverre y todo el pan que llevaba la abuela.

Casi que cuando los chiquillos podían volver al río era hora de irse pero no se podían perder minutos: tenían que terminar la mejenga en el agua.

Poco después, llegaba el momento de salir, abrir dos puertas del carro, poner un paño “para tapar” y cambiarse la ropa por que, irse mojado; jamás.

Después de las 4 de la tarde y en cuestión de minutos, los playones del río quedaban despejados, se apagaban las sonrisas y las parrillas y de lo más rescatable, ni basura quedaba en el lugar.

Ese, era el paseo de muchos en Semana Santa y que incluso, podía repetirse algunos domingos del año pero siempre con la misma dinámica familiar

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